En boca de un poeta:

Canto de amor a Stalingrado

Honor a ti por lo que el aire trae,
lo que se ha de cantar y lo cantado,
honor para tus madres y tus hijos
y tus nietos, Stalingrado.
Honor al combatiente de la bruma,
honor al Comisario y al soldado,
honor al cielo detrás de tu luna,
honor al sol de Stalingrado.


domingo, 30 de septiembre de 2012

Prólogo de Olarieta

Prólogo de Juan Manuel Olarieta para "Con la solidaridad por bandera", el poemario que presentaremos Pablo Hasel y yo el sábado que viene en Madrid, y donde también estará Olarieta-.
Prólogo:

Mas soy pobre y, ¡mal pecado!
mi tierra mía no es,
que hasta le dan prestado
la vera por que camina
al que nació desdichado

(Rosalía de Castro, Cantares gallegos)

La poesía, como la lucha de clases, siempre habla de lo mismo, de la misma forma: a gritos. Y siempre gritan los mismos en contra de los mismos, por lo mismo de siempre. Por eso vuelve a ocurrir lo mismo. En os algodonales los negreros gritaban a los negros, látigo en mano, mientras estos cantaban con la espalda doblada y la frente rozando el suelo. Así nació el blues, que remonta el Misissipi haciendo escala en los tugurios de San Luis, Chicago y el Bronx para poner los primeros acordes de la música contemporánea, el soul, el jazz, el ritmo y la rima que surgen de un quejido, o lo que es lo mismo, la mezcla de la queja y el grito.

Esa energía para trabajar y cantar a la vez responde a las leyes de la física: ni se crea ni se destruye, sólo se transforma permaneciendo fiel a sí misma, a sus raíces. Es igual en los surcos de una plantación que en las alcantarillas del barrio, donde llana en mano los albañiles silban mientras rasean la fachada subidos al andamio y lanzan piropos a las que pasan por debajo. Poesía en estado puro.

Los versos tienen el mismo venero que el potaje de garbanzos. Si la olla los tiene en abundancia, hay una estrofa; y si no los tiene, hay otra estrofa. Ya lo dijo Antonio Machado, que era un sabio: en poesía, lo que no es de origen popular, es plagio. El trabajo inspira rimas consonantes y la fiesta asonantes. Cautivo, el poeta canta en la cárcel, perseguido canta mientras se esconde. Canta porque su amada le ama y vuelve a cantar cuando deja de amarle. Tiene un verso para los que quiere y otro para los que le quieren.

Antes de los tiempos del euro, en la antigua Grecia, para su formación los niños estudiaban la Iliada y la Odisea. La historia, la filosofía y la geografía estaban en aquellos versos de Homero que, como el propio autor de los mismos, son verdad y fantasía al mismo tiempo, es decir, una reflexión: la mirada del pueblo sobre sí mismo, lo que es y lo que nos gustaría que fuese, lo que fue y lo que nos gustaría que hubiera sido, las mujeres convertidas en diosas y los hombres convertidos en héroes, la convicción profunda, íntima y milenaria, de que eso es posible, es decir, de que las mujeres y los hombres pueden conseguir todo aquello que anhelan, que no existe nada imposible, que todo eso que parece lejano, los sueños, están al alcance de la mano.

Los opresores nos han convencido de todo lo contrario: que somos seres anodinos, mezquinos y mediocres. Nos quieren así; quieren castrarnos, reducirnos, limitarnos, pero Homero escribió para decirnos que cada uno de nosotros llevamos un gigante dentro. Los dioses existen pero no están en el Olimpo sino en los tajos, en los astilleros y en el fondo de las minas. Tienen las manos forradas de callos.

Por su propio origen popular, la poesía con-funde la razón con la
emoción. Los opresores nunca han tenido ninguna de las dos cosas: ni azón ni corazón. "La nostalgia es la materia prima con la que se elabora la poesía", decía Rosalía. Es el apego por las cosas cercanas y aquellas otras que nos gustaría que estuvieran junto a nosotros. En el patio de la cárcel de Navalcarnero, el gitano da palmas con la rumba que recuerda a su madre ausente, como Lorca lloró la muerte de Ignacio Sánchez Mejías.

Los poetas son la conciencia viva de una clase, de un país, de un
momento. Cantan lo que ven y viven. Iparraguirre estuvo en las guerras carlistas y luego en las barricadas de París durante la revolución de 1848. Le detuvo la Guardia Civil y fue recluido en la cárcel de Tolosa, donde compuso esa extraordinaria "Nere amak baleki" mientras huía. El tiempo pasa y los paisajes cambian, pero la poesía permanece fiel a si misma siempre, y de Tolosa podemos viajar a El Salvador para recordar al gran poeta Roque Dalton, asesinado con un fusil en la mano y un verso en los labios. O al Mar Blanco, cuyas aguas miraba desde su celda el inolvidable Nazim Hikmet, mientras recitaba versos tan crudos como las cadenas que le ataban.

Lector: este libro que ahora abres entre tus manos está tejido de esa misma fibra que inició Homero hace muchos cientos de años y que Pablo Hasél y Aitor Cuervo continúan. Los juglares del siglo XXI son como os del siglo I; recorren las tabernas y posadas donde nos juntamos lo peor de lo peor, los de mala fama, los que arrastramos una existencia incómoda. Estos juglares contemporáneos son nuestra mala conciencia: nos hablan de lo que no queremos escuchar, nos tiran a la cabeza un poemario lleno de claroscuros, como un relámpago en medio del apagón
nocturno. Habla de lo que hay, de lo que no hay y de lo que debe
haber. De los que mandan y de los que obedecen, de la opresión y de la resistencia.

Lo peor de todo es que, como la Quinta Sinfonía de Beethoven, el
poemario te formula a tí el dilema más importante que te perseguirá el resto de tu vida: ¿te conformas con ser un lector de poesía o quieres convertirte en poeta?, ¿cuál es tu aportación para acabar con la opresión que nos impide respirar?, ¿cuándo te vas a convencer de una vez de que para los explotados no hay nada imposible?

Juan Manuel Olarieta

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