En boca de un poeta:
Canto de amor a Stalingrado
Honor a ti por lo que el aire trae,
lo que se ha de cantar y lo cantado,
honor para tus madres y tus hijos
y tus nietos, Stalingrado.
Honor al combatiente de la bruma,
honor al Comisario y al soldado,
honor al cielo detrás de tu luna,
honor al sol de Stalingrado.
Pablo Neruda, Canto de amor a Stalingrado.
Tradúceme
martes, 16 de octubre de 2012
Las diez y veinte.
Jamás vi nada más emotivo
que la minería tomando Madrid,
y en ese ambiente fiero y combativo
gritaba alzando el puño junto a ti.
De la mano para no perdernos
entre la enaltecida multitud,
así nos fuimos haciendo eternos
en una oscuridad repleta de luz.
Se nos fue ablandando el corazón
ante Madrid tomado por las masas,
era tarde, y tras el recimiento en Sol
fijamos el rumbo hacia tu casa.
Dormíamos en cuartos distintos
y yo soñaba contigo despierto,
intentar sobornar a los instintos
es como buscar agua en el desierto.
Todó empezó cuando despertamos,
cuando las calles empezaban a arder,
tumbados en tu sofá, nos abrazamos
y nos fuimos entregando al placer.
Aunque fuera las calles ya ardían,
a las diez y veinte paramos el reloj,
éramos como dos niños que no querían
que les separara el despertador.
Pasó sin darnos cuenta, nos perdimos
tras la frontera al Este del Edén,
te desgastaba la espalda a mimos
y sonó Sabina, entonces te besé.
Aunque el mundo estaba detenido
los minutos corrían muy aprisa,
poco quedaba de andar entretenido
explorando detrás de tu camisa.
La verdad es que me quedé con ganas
de hacerte salvajemente el amor,
durante días, horas o semanas
o durante un infinito mejor.
Penando ante la inevitable despedida,
el no saber cuándo volver a vernos,
el haber abandonado la partida
justo cuando andábamos más tiernos.
Llegó la hora de la maldita estación,
de separarnos por culpa de los trenes,
de besos y de más besos, de pasión,
museos del amor fueron los andenes.
Vi como te perdías entre la gente
y resignado me subí al vagón,
pues nos quedó algo pendiente
al Este del Edén, en tu colchón.
Y aunque Madrid entera ardía
yo en absoluto me arrepiento
de la tregua, de haber hecho poesía
apurándonos hasta último momento.
Aitor Cuervo
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La tregua, si es por locos regalándose besos y versos, dos veces buena.
ResponderEliminar"Y sonó Sabina, entonces te besé" :)